Las ciudades del mundo

Desde que tengo memoria, mi vida ha sido un constante deambular entre ciudades de distintos tamaños, formas y velocidades. Esta peregrinación accidental ha sido una excusa para reflexionar sobre la versión moderna de ese anhelo que, me atrevo a decir, fue el sueño de los antiguos filósofos griegos: la búsqueda de la ciudad ideal.

Soy consciente de que estos filósofos no se imaginaban el sonido de los semáforos ni la sombra imponente de los rascacielos cuando tenían en mente “la ciudad ideal”. Sin embargo, su esencia persiste: la aspiración de hallar el lienzo perfecto para el alma humana. Porque en el corazón de cada ciudad, bajo cada pedazo de hormigón, late una dinámica social secreta, una personalidad que las define y las hace únicas. La ciudad se convierte así en un espejo del alma colectiva, y entre el concreto y la carne humana se va tejiendo una relación que narra una historia muy específica pero a la vez muy nuestra.

Lo que aquí comparto es un ejercicio empírico de mi propia existencia. Un paseo breve por las luces y sombras de algunas de las ciudades más importantes de mi vida. No pretendo que esto sea un resumen estereotipado, sino más bien una confesión particular con pinceladas filosóficas. Es mi manera de ser, un observador que se pierde en el pulso de las ciudades para encontrarse a sí mismo.

Guayaquil

“Tú eres perla que surgiste del más grande ignoto mar” así cantaba el legendario cantante guayaquileño Julio Jaramillo. Guayaquil, la perla del Pacífico y mi primer hogar, se despliega en la región costera de Ecuador justo a orillas del río Guayas. Su arquitectura de cemento revela la influencia americana en sus calles divididas en cuadras y numeradas con una eficiencia importada. Mientras sus arterias más antiguas fueron bautizadas con nombres de próceres, lo que recuerda también su influencia española. 

Si uno mide cualitativamente su superficie y se imagina recorriéndola vacía durante la pandemia, podrá notar que es una ciudad de tamaño medio. Sin embargo, en tiempos normales el tráfico hace que su apariencia se dilate en el espacio y en el tiempo y se convierta en un organismo caótico donde las normas de tránsito son más una sugerencia que una ley. Los semáforos, con la caída del sol, se convierten en una mera decoración; la intuición y la precaución dictan la ley en un ballet de coches con ventanas tímidamente oscurecidas y motos intrépidas que serpentean entre ellos, a la espera o no de que suceda una tragedia. En este juego, la confianza es un lujo que pocos se pueden permitir. La gente es amable, sí, pero siempre con una barrera de desconfianza ante el desconocido al otro lado del cristal.

Esa desconfianza es la esencia del guayaquileño, un “avispado” que ha aprendido a leer la ciudad. Se le conoce por su capacidad de “prometer el oro y el moro”, de encontrar siempre el agujero legal, el atajo que le da un poco de ventaja. Esa misma audacia que lo lleva por las noches a cruzar un semáforo en rojo por seguridad es la que usa de día para sobrevivir al límite de las normas. El guayaquileño se convierte en el reflejo de una ciudad que te obliga a estar alerta, y que entre números y nombres te enseña por dónde puedes y por dónde no debes dirigirte.

Al final del año, toda esa tensión se consume en una hoguera colectiva. Los miedos y las inseguridades arden en montones de monigotes construidos con papel, madera, clavos y cubiertos de petardos. La tradición alivia las tensiones, pero las cenizas y los clavos quedan al filo de las calles, tanto así que nadie se atreve a salir en coche tras la Quema del Año Viejo. El peligro para los vehículos ya no proviene de la delincuencia, sino de los restos afilados de una catarsis popular. Al cabo de unas horas, la ciudad amanece oliendo a pólvora, con una resaca colectiva que enturbia el primer café del nuevo calendario, y uno entiende que Guayaquil no quema solo un año, sino también la certeza de que, aquí, sobrevivir siempre será un acto de ingenio.

Madrid

Al llegar a Madrid, justo antes de cumplir la mayoría de edad, la primera impresión que tuve fue la de una ciudad con una densidad de bares y bancos por esquina que me pareció asombrosa. Por un momento, llegué a pensar que los españoles, después de haber administrado con astucia su herencia imperial, se dedicaban a un ritual cotidiano: sacar dinero del banco para gastarlo inmediatamente en la barra de bar más cercana.

Con el tiempo, los bancos desaparecieron y solo quedaron los bares, y con ellos, su gente. El madrileño es una persona muy agradable, además de ser el mejor guía de su ciudad. Sus indicaciones, lejos de ser mecánicas, son auténticas odiseas verbales, más divagantes que cualquier pasaje del Quijote de Cervantes. Son poetas de la dirección, describiendo calles no por su nombre, sino por el recuerdo de sus bares, sus rincones, sus historias personales. Es como si en sus cabezas existiera una conexión muy peculiar que fusiona la memoria literaria con geolocalización afectiva, un rasgo que los hace únicos.

Sin embargo, Madrid también me enseñó que la belleza de su Gran Vía esconde la intensidad de una jornada laboral que devora los días de la semana. Un ambiente de país de primer mundo pero que a menudo exige más de doce horas al día, muchas de ellas improductivas. Aunque la verdadera productividad de Madrid no radica en su capital monetario, todos sabemos que comprar un piso aquí es casi una quimera, sino más bien en su capital humano. Un capital que se nutre de pausas de casi dos horas para comer, donde las risas compensan las interminables horas frente a los ordenadores. En esas comidas conocí a mis mejores amigos, desde donde me animan y me esperan a que vuelva. El ritual de Nochevieja es comer doce uvas de forma apresurada, pero con la esperanza de que, en un futuro, esas uvas se reduzcan a siete u ocho, una por cada hora de trabajo, para así reconciliar la vida con el tiempo de calidad.

Nueva York

Recientemente el destino me ha traído a la ciudad con la que muchos soñamos. No es tanto el tiempo que he pasado aquí, pero su energía es tan intensa que te posee y sinceramente creo que no soy yo el que la valora, sino que quizás sea ella misma autodescribiéndose en las siguientes líneas a través de mis manos.

“La ciudad” está llena de rascacielos inmensos, impresionantes muros de concreto que uno puede ver tanto al despegar como al aterrizar, las vistas incluso mejoran cuando uno se sienta desde el otro lado del Hudson. La vista humana se queda anonadada ante tanta maravilla de la modernidad, donde el hombre se ve a sí mismo y observa de lo que es capaz con mucho esfuerzo. Las luces están bien señalizadas, no hay apenas fallos de transporte, todo está hecho para ser eficiente, incluso sus ciudadanos de manera eficiente se saltan las señales de tráfico para poder marcar su jornada laboral e irse cuanto antes.

Nueva York, la ciudad que nunca duerme, simplemente delira en un movimiento perpetuo. ¿Y por qué habría de descansar? Este macro cuerpo ignora la fatiga humana, o más bien, la transforma en un motor implacable. Tan implacable que ver a un loco vociferando en la calle no es la excepción, sino una muestra más del espíritu de esta jungla de concreto donde los sueños se hacen realidad. ¿Son acaso los locos los que mejor reflejan la esencia de la ciudad? Ellos, quienes han perdido el sentido y ahora caminan sin rumbo, actuando en perfecta sincronía con esta ciudad que nos invita a perder la cabeza en la búsqueda de nuestros sueños y ambiciones.

El neoyorquino es un ciudadano del mundo, o mejor dicho, Nueva York es la tierra de todos los ciudadanos del mundo. El sueño es tan real que en menos de treinta minutos te plantas en ambientes culturales tan distintos: barrios coreanos, italianos, chinos… no hay lugar para la homogeneidad. “La variedad es la sal de la vida” es un principio que define a esta ciudad. En Nueva York siempre te llevas un aprendizaje, una sorpresa. Un aprendizaje que en fin de año se transforma. La ciudad que nunca descansa tiene sus momentos de quietud. Cuando el reloj marca la medianoche en Nochevieja, Times Square se detiene por un instante. Miles de personas de todo el mundo, unidas en un solo momento, observan aquella bola descender. Es un ritual de fe en el futuro, pero también un recordatorio de que, en esta ciudad, incluso la quietud es una forma de caos. La esperanza se enciende y la ciudad entera, en un fugaz respiro, parece decir: aquí, en medio de la locura y la diversidad, siempre hay espacio para un nuevo comienzo.

Reflexiones finales

Cada ciudad, con sus ritmos y contradicciones, es un espejo distinto del alma humana. Platón y Aristóteles imaginaron la ciudad ideal como un espacio donde la virtud pudiera florecer; yo, en cambio, la descubro en fragmentos dispersos: en un cruce caótico de Guayaquil donde el instinto dicta las reglas, en una sobremesa interminable de Madrid donde el tiempo se detiene para que las voces se encuentren, en un instante suspendido de Nueva York donde miles de desconocidos comparten la misma cuenta atrás.

Es posible que la ciudad ideal no exista más allá de nuestros pensamientos, y se manifieste más bien como una suma de momentos que recogemos en nuestro caminar: una esquina iluminada donde sentimos tensión, una voz que nos guía en un sitio desconocido, un silencio en medio del ruido. Y es en esa colección muy personal de recuerdos donde cada uno edifica su propia polis. Porque, al final, la “ciudad ideal” es el relato que construimos con las calles que hemos amado, las que hemos temido y las que aún nos esperan.

El hombre en busca de sentido

Decir que el ser humano busca sentido en la vida no es ninguna novedad, pero a lo mejor sí lo es comprender hasta qué punto esa búsqueda nos define. La palabra “sentido” encierra muchas acepciones: puede referirse a algo físico (los sentidos que nos conectan con el mundo), a lo emocional (“mi más sentido pésame”), pero hay una acepción que pesa más que todas las demás: la de propósito, la de tener una razón para levantarse por la mañana y seguir adelante. Es ahí donde la filosofía, la psicología y la experiencia se cruzan.

¿Qué es el sentido y por qué lo necesitamos?

Desde una mirada más cercana, podríamos decir que el sentido es aquello que le da forma a nuestras vidas. Es lo que nos permite conectar los momentos que vivimos, entender nuestras decisiones y reconocer un hilo conductor entre lo que hacemos y lo que sentimos. A través de nuestras experiencias, recuerdos y relatos, vamos construyendo una visión del mundo que nos da cierta estabilidad y dirección. Pero cuando esa conexión se pierde –como suele ocurrir ante una pérdida, un trauma o una crisis existencial–, emerge con fuerza una pregunta que puede sacudirnos por dentro: ¿para qué todo esto?

Esa es, precisamente, la pregunta central en la obra de Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido. Frankl fue un psiquiatra de origen austríaco y superviviente de los campos de concentración nazis. Su libro es un testimonio del horror que experimentó en carne propia, además de una meditación sobre la capacidad humana para encontrar un propósito incluso en medio del sufrimiento más extremo. Uno de los fragmentos más conmovedores del libro se produce cuando Frankl, en una especie de despedida premonitoria, le pide a su amigo que le diga a su esposa cuánto la ha amado:

Escucha, Otto, si no regreso a casa con mi mujer y tú la vuelves a ver, dile, en primer lugar, que hablábamos de ella todos los días, a todas horas. Recuérdalo. En segundo lugar, dile que la he amado más que a nadie en el mundo. Y en tercer lugar, que el breve tiempo de felicidad de nuestro matrimonio me ha compensado de todo, incluso el sufrimiento que aquí hemos tenido que soportar (Frankl 2020/1946, p. 86).

En un entorno donde la vida humana valía menos que una ración de pan, Frankl observó algo revelador: aquellos que conservaban un propósito –por mínimo o abstracto que fuera– sobrevivían con más entereza. No porque el sufrimiento desapareciera, sino porque tenía un “para qué”. Esta idea dio lugar a su propuesta terapéutica, la logoterapia, basada precisamente en eso: en ayudar a las personas a encontrar su sentido vital.

El arte de sobrevivir al caos: Nietzsche y la tragedia griega

Muchos años antes que Frankl escribiera su libro, otro pensador había abordado la cuestión del sufrimiento desde otro ángulo. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche, en El nacimiento de la tragedia, expone que los griegos reconocían la existencia del sufrimiento como una faceta de la vida. Es destacable el sufrimiento de Prometeo frente a los buitres, la angustia de Edipo o la turbación de Orestes, quien cometió un parricidio. A pesar de este sufrimiento, los griegos no se sumían en el pesimismo; más bien, transformaban la realidad a través del arte, convirtiéndola en un fenómeno estético. Nietzsche describe esta transformación a través de dos fuerzas: la apolínea y la dionisíaca.

La fuerza apolínea, vinculada al dios Apolo, representa el orden, la forma, la racionalidad y la moderación. Apolo es el dios del sol, la luz, los sueños y la claridad, y está asociado con la creación de formas armónicas y la belleza serena. En el arte, lo apolíneo se refleja en el principio de individuación que delimita al individuo quien se encierra sobre sí mismo, y se expresa mediante la escultura o la arquitectura.

Por otro lado, la fuerza dionisíaca está vinculada a Dioniso, dios del vino, la embriaguez y el éxtasis. Simboliza lo irracional, el caos, la transitoriedad y el cambio continuo. Lo dionisíaco impulsa al ser humano a trascender las barreras de la individualidad, entregándose a la pasión descontrolada y al éxtasis creativo, lo cual se manifiesta en la música, la danza y el ritual. 

Para ejemplificar mejor lo apolíneo y lo dionisíaco con una analogía marítima, podemos imaginar lo dionisíaco como el océano en plena tormenta: salvaje, indómito, con olas descontroladas que reflejan la intensidad y el caos de la naturaleza en su estado más puro. En contraste, lo apolíneo sería el mar en calma tras la tormenta, cuando las aguas han recuperado su serenidad y fluidez, mostrando un equilibrio tranquilo y ordenado, donde todo está en su lugar.

La tragedia griega, según Nietzsche, es el ejemplo perfecto donde se equilibran estas fuerzas. La tragedia no es simplemente una obra teatral con un final triste, es más bien una representación de la vida humana, en la que el dolor y el caos (dionisíaco) son encauzados y dotados de forma y significado mediante el lenguaje (apolíneo). Esta combinación permitía a la comunidad griega canalizar su dolor y sus pasiones, sin perder el control. En la tragedia, el sufrimiento no se eliminaba, se le daba forma, sentido.

Si bien el resultado de nuestro análisis nos ha llevado a afirmar que, en la tragedia, lo apolíneo, gracias a la ilusión, obtiene una victoria completa sobre el elemento originario y musical de lo dionisíaco, y hace uso de este último para sus propios fines con objeto de dotar de la mayor claridad al drama, no por ello habría que dejar de añadir una restricción muy importante: la ilusión apolínea ha quedado quebrada y destruida en el punto más importante. Con la ayuda de la música, el drama se despliega ante nosotros con una nitidez tan elocuente, con tal iluminación interior de todos sus movimientos y figuras, que nos causa la impresión de ver surgir el tejido en el telar mientras sube y baja; el drama produce por tanto, entendido como totalidad, un efecto que va más lejos que todos los posibles efectos del arte apolíneo […] Dioniso habla el lenguaje de Apolo, pero Apolo finalmente, habla la lengua de Dioniso: es así como se alcanza el fin supremo de la tragedia y del arte en general (Cano 2014 p. 139 / Nietzsche 1872 Capítulo 21).

¿El trabajo como sentido?

Os propongo la siguiente reflexión ¿Se han imaginado alguna vez a las jirafas enfundadas en trajes de oficina, tecleando diligentemente en sus ordenadores y ajustando la altura de sus monitores previo a enviar, cautelosamente, correos electrónicos a su “jirafa jefe”? ¿O a niños que, al describir sus futuras profesiones, mencionan con entusiasmo que desean convertirse en consultores financieros o en empresarios exitosos? Indudablemente, la respuesta a estas preguntas es un “no” rotundo.

Hoy en día, muchas personas viven con la sensación de estar atrapadas en trabajos sin alma, rutinas agotadoras y objetivos que no eligieron. Nos pasamos la vida corriendo, produciendo, cumpliendo expectativas. Pero al final del día, como señala el antropólogo estadounidense David Graeber, nadie quiere ser recordado por su puesto en la empresa:

Si uno visita un cementerio, buscará en vano una lápida en la que se describa al difunto como “instalador de radiadores” o “vicepresidente ejecutivo”. Tras la muerte, la esencia del paso de un alma por el mundo se recuerda por el amor que sintieron por sus maridos, esposas e hijos y el que recibieron de ellos […] (Graeber 2023, p. 317). 

Quizás, las rutinas laborales que adoptamos son meros reemplazos del proceso de búsqueda de significado, o simplemente un intento de hacer más llevadera la carga de la existencia. Al fin y al cabo, otro tipo de sentido. Nos aferramos a ocupaciones que nunca soñamos tener, etiquetándonos en un mundo que creamos de manera colectiva para amortiguar la crudeza de la vida, o quizás, de la muerte.

Reflexiones finales

Aunque separados por contextos históricos y trayectorias muy diferentes, Frankl y Nietzsche parecen haber llegado a una conclusión similar: el ser humano puede soportar casi cualquier cosa, si encuentra un sentido para hacerlo. Frankl lo vivió en carne propia. Nietzsche lo dedujo observando el arte, la cultura y la historia. Ambos, sin embargo, coinciden en que el sufrimiento no es el final del camino, sino una etapa inevitable del proceso de creación de significado.

En las vidas de cada uno de nosotros hay momentos dionisíacos de descontrol, de dolor, de pasiones desbordadas… y momentos apolíneos en los que necesitamos claridad, estructura y calma. En el horror más absoluto podemos encontrar sentido si no dejamos de amar y de luchar. Además, vivir con sentido también es crear belleza a partir del sufrimiento, como hacían los griegos al construir templos después de una guerra o al escribir tragedias después de una peste.

En ocasiones la vida puede llegar a ser muy difícil, aunque será más llevadera si encontramos la manera de narrarla, de simbolizarla, de hacerla nuestra. Hay muchas formas de hacer que nuestra vida tenga sentido, pero si aún no lo hemos encontrado, al menos no dejemos de buscarlo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Cano, G. (2014), El nacimiento de la tragedia, Gredos (Trabajo original de Nietzsche, F. en 1872).

Frankl, V. (2020), El hombre en busca de sentido, Editorial Herder (Trabajo original publicado en 1946).

Graeber, D. (2023), Trabajos de Mierda. Una Teoría, Editorial Ariel.

Las jerarquías de la razón

El filósofo y matemático Alfred North Whitehead llegó a decir en una ocasión que “La filosofía occidental no es más que una serie de notas a pie de página a Platón”. Con su manera única de presentar los temas filosóficos a través del diálogo nos dejó un legado que continúa vivo hasta nuestros días. 

En esta ocasión, queremos poner bajo la lupa crítica una de las tesis más representativas de ese legado: aquella que sostiene que los seres humanos tenemos acceso a distintas formas de conocimiento, y cómo esta idea finalmente se terminó reflejando en la organización “ideal” de la sociedad. Tesis cuya influencia, como veremos, ha perdurado en la configuración de las sociedades modernas.

Las formas de conocimiento en Platón

Platón sostiene que no todos los modos de conocer tienen el mismo valor. Para él, conocer a través de los sentidos –ver, oír, tocar– nos proporciona una imagen aparente, cambiante e incierta de la realidad. En cambio, el conocimiento verdadero proviene del intelecto, que permite acceder a las Formas o Ideas: realidades eternas e inmutables que constituyen la esencia de todas las cosas. Esta diferencia establece una distinción fundamental entre dos tipos de conocimiento: la doxa, basada en la percepción sensible, y la episteme, fundada en la razón.

Un ejemplo cotidiano puede ilustrar esta idea: ver a muchos perros no basta para comprender qué es un perro en esencia, ya que cada uno difiere en aspecto o comportamiento. Es mediante la reflexión racional que podemos captar aquello que todos tienen en común y que los hace pertenecer a una misma categoría. Así, Platón afirma que, aunque los sentidos nos ofrecen una primera aproximación al mundo, sólo la razón nos permite conocerlo en profundidad. Por ello, establece una jerarquía entre ambos tipos de conocimiento, situando a la razón por encima de la percepción.

Esta concepción se desarrolla de manera especialmente clara en La República, a través de la alegoría de la caverna (Eggers Lan 2011, pp. 222–225 / Stephanus 514a–517c), que Platón utiliza como recurso pedagógico. En esta narración, los prisioneros encadenados dentro de una caverna solo pueden ver sombras proyectadas en la pared, y toman esas sombras por la realidad. Las sombras simbolizan la ilusión de la percepción sensible, que nos desvía del “conocimiento auténtico”.

Más allá de la caverna existe un mundo exterior iluminado por el sol, que representa el conocimiento racional y, en última instancia, la Idea del Bien. Solo quien logra liberarse de las cadenas y ascender hacia la luz accede al conocimiento verdadero. Este proceso simboliza la educación filosófica propuesta por Platón: el tránsito desde el mundo de las apariencias hacia la comprensión de las Formas, entre ellas la Justicia, la Belleza y el Bien.

Esta misma lógica se refleja en la organización de la ciudad ideal que Platón propone en La República (Eggers Lan 2011, p. 114 / Stephanus 414). Según él, cada persona tiene una disposición natural que la hace apta para una función específica dentro de la polis. Los gobernantes o filósofos-reyes, guiados por la razón, están capacitados para conocer las Formas y, por lo tanto, para gobernar con justicia. Los guardianes o guerreros, dominados por la voluntad y el coraje, tienen la tarea de proteger la ciudad. Por último, los productores o trabajadores, guiados por el deseo, se ocupan de las funciones materiales como la agricultura, la artesanía o el comercio. De este modo, Platón establece una relación entre las formas de conocimiento y el estatus social, ya que solo quienes acceden al “saber más alto” –la razón– están en condiciones de guiar a los demás.

La caverna de Platón. Óleo sobre tabla 131 x 174 cm. Musée de la Chartreuse de Douai. Douai, Francia.

El eco de Platón en la actualidad

El mundo actual sigue siendo platónico porque aún aceptamos que existen distintas formas de conocimiento: desde lo práctico y material hasta lo abstracto y estratégico. Habitualmente, el conocimiento abstracto es más valorado, particularmente en el ámbito económico y político. Pongamos un ejemplo: imaginemos al mejor zapatero del mundo, aquel que fabrica los zapatos más cómodos y accesibles. Debido a la creciente demanda de su producto, finalmente le resulta imposible confeccionar cada par por sí mismo, lo que le lleva inevitablemente a delegar la producción en otros. Con el tiempo, pasa de ser un “simple” artesano a convertirse en un líder dentro de la industria del calzado, dirigiendo y supervisando la expansión de su empresa. En la sociedad actual, muchos empresarios inician en el mundo práctico, creando productos útiles para el consumidor (clase productora), y luego ascienden a roles donde se enfocan en la gestión y el crecimiento económico (clase gobernante).

Esto también ocurre en las estructuras internas de las empresas donde la alta dirección actúa como los “filósofos-reyes”, definiendo ambiciosos objetivos numéricos: ganancias, cuotas de mercado o ventas anuales que guían el porvenir de la empresa. Estas cifras son fijadas desde la distancia estratégica del liderazgo, mientras que los equipos de ventas, equivalentes a la clase productora, son quienes deben materializar esos objetivos en resultados concretos. Son ellos quienes lidian directamente con clientes exigentes, negociaciones complicadas y situaciones imprevistas del día a día, “produciendo” finalmente los beneficios tangibles que sostienen toda la estructura empresarial.

Adicionalmente, es preciso señalar que la teoría del conocimiento de Platón puede calificarse como “intelectualista”, dado que establece jerarquías en el acceso al conocimiento, colocando al intelecto (la razón) en la cima. Esta perspectiva filosófica pudo haber servido como justificación ideológica de las jerarquías sociales existentes en la Antigua Grecia, donde el conocimiento racional estaba reservado principalmente para ciertas élites sociales. Este énfasis en la superioridad intelectual continúa vigente hoy en día en los sistemas educativos, donde el éxito académico y las capacidades intelectuales son altamente valorados. Los estudiantes que demuestran un mayor dominio del temario y un esfuerzo intelectual “superior” suelen recibir más beneficios, como mejores calificaciones y mayores oportunidades académicas e incluso profesionales. La obtención de las mejores notas es promovida activamente, y esta promoción intensa de la competencia cognitiva medible exclusivamente por la adquisición de unos contenidos nos puede conducir a una visión estrecha del éxito.

En esta línea, diversos estudios reflejan la correlación positiva entre formación académica y salarios (Encuesta de Estructura Salarial cuatrienal 2014 del INE). En 2014, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), el salario bruto medio para alguien con educación secundaria obligatoria (ESO) era de 17.772 euros. Los graduados en Formación Profesional (FP) superior ganaban 6.700 euros más, los diplomados universitarios 10.000 euros más, y los licenciados universitarios 17.500 euros más. A los 55 años, edad en la que un trabajador medio alcanza su mayor nivel de ingresos, las diferencias salariales se amplían: los licenciados ganan 2,3 veces más que los de ESO, los diplomados 1,8 veces más, y los graduados en FP superior 1,5 veces más.

Algunos autores como Eric Hanushek y Paul Peterson van todavía más lejos en esta línea, al concluir que las calificaciones reflejan el grado de avance económico de un país (Hanushek y Peterson 2014). Para ello, analizan pruebas internacionales administradas desde los años sesenta en cincuenta países y tienen en cuenta el PIB como un indicador económico relevante de los países, con ello observan que las diferencias en el crecimiento económico a largo plazo se explican principalmente por las capacidades cognitivas medidas en estas pruebas. Según los autores, el rápido crecimiento económico de países como Corea, Taiwán, Singapur y Hong Kong puede explicarse por los excelentes resultados de sus estudiantes en dichos exámenes.

Reflexiones finales

Se puede decir que Platón acertó al vincular el conocimiento y la función político-social: cada tipo de conocimiento impulsa en muchos sentidos la actividad que un individuo puede ejercer en la sociedad. Algunos ejemplos serían el hábil zapatero que demuestra virtuosismo al recomponer y fabricar zapatos cómodos para sus clientes, o el caso de un médico competente quien utiliza su conocimiento especializado para curar a pacientes con diversas sintomatologías. 

Sin embargo, cuando el conocimiento se jerarquiza en favor de una élite social –aquellos filósofos-reyes guiados por la razón– surgen también connotaciones negativas. Por ejemplo, en la famosa expresión “el conocimiento es poder” resuena una idea marxiana de privilegio y dominación ilegítimos que ha sido puesta de relieve por Jaime Barylko (1998). Cuando ciertas personas en determinadas funciones acceden a información privilegiada, adquieren de inmediato la capacidad de influir sobre aquellos que no poseen dicha información:

Todo lo dicta la sociedad. La sociedad produce el conocimiento que más le conviene, es decir, que más le conviene a la clase que gobierna y que domina esa sociedad. Para Marx todo conocimiento tiene una finalidad que no es la verdad, sino el cuidado de los intereses de la sociedad. Los intereses de quienes dominan en la sociedad (Barylko 1998, p. 189).

Finalmente, esta tendencia intelectualista contrasta notablemente con la perspectiva sofista del conocimiento relativo, que sostiene que ningún conocimiento es intrínsecamente “superior”. En la Atenas clásica, los sofistas fueron figuras influyentes que enseñaban retórica y argumentación. A diferencia de filósofos como Platón o Sócrates, los sofistas no buscaban verdades universales, sino que defendían la idea de que la verdad es relativa y depende de quien la argumenta con mayor eficacia. Esta postura los convirtió en los principales antagonistas intelectuales de la filosofía platónica.

En términos actuales, de acuerdo con el planteamiento sofista no se debería pagar más a una persona exclusivamente sobre la base de un conocimiento académico “superior”, porque esto daría por supuesto que tal persona goza de un acceso a una suerte de “verdad absoluta” o de conocimiento privilegiado. Mientras que Platón estableció su Academia seleccionando rigurosamente a sus alumnos, los sofistas ofrecían sus enseñanzas a cualquier individuo dispuesto a pagar por ellas, sin imponer restricciones intelectuales de acceso.

Por último, cabe señalar que el ideal platónico de una verdad única, estable y alcanzable por unos pocos –los más racionales, los más sabios– puede llevar a una postura elitista y excluyente, donde quienes no acceden a esa especie de conocimiento “superior” quedan automáticamente descalificados. Esta jerarquización del saber corre el riesgo de confundirse con una jerarquización de las personas, y eso ya no es filosofía, sino dominación encubierta.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Barylko, J. (1998), La Filosofía. Una invitación a pensar, Grupo Editorial Planeta.

Eggers Lan, C. (2011), Platón. Diálogos, Gredos (Trabajo original de Stephanus, H. en 1578).

Hanushek, E. A.; y Peterson, P. E. (2014), Higher grades, higher GDP. Research and opinion on public policy 2014. The Hoover Institution. Stanford University.

Entrevista: Sin Ánimo de lucro sobre Arjephilo

Un 2 de junio de 2020 me realizaron la primera entrevista sobre Arjephilo. Aquí la entrevista medio transcrita (mi micro no era muy bueno entonces, aunque ahora no sé si es mucho mejor).

PD: 5 años después habrían otras aportaciones sobre los «Filocafés» y «Filosofía para Niños» otras las dejaría tal cual; y sí, Sócrates usaría RRSS, es el ágora del pueblo.

Sin ánimo de Lucro.

10. Entrevista a Ester Guirao “Arjephilo.com”

  1. ¿Crees que hay una demanda creciente de consumir filosofía por parte de la gente? ¿Vivimos en tiempos en los que necesitamos inyectar un poco de reflexión en nuestras vidas?

Bueno, voy a partir de la generalización, y puede que me equivoque. La filosofía es una ciencia humanística que aspira al conocimiento de las cosas, y dentro de esas cosas también está el entorno, nuestras circunstancias, nuestro día a día. La gente o la sociedad busca comprender ese día a día. De ahí que yo vea u opine que esa demanda vaya ligado más al aspecto social actual, que al aspecto de la filosofía como asignatura o a la historia de la filosofía, es decir, ese tipo de gente busca cuestionar sin la necesidad de entrar en conceptos abstractos como el alma, el ser,… Sino que busca un pensar actual del aquí y el ahora. Esas personas que consumen filosofía buscan entender fenómenos de la vida social, política y económica, o el avance y limites de la ciencia, entre otros aspectos. Sea por A o por B en este sentido considero que sí hay una demanda creciente de consumir filosofía.

En estos tiempos que vivimos, que son unos tiempos extraordinarios como el es hecho de la pandemia, creo que sí es necesario inyectar un poco de reflexión para superar esta crisis sanitaria y mejorar la realidad, considero que la filosofía debe ser aplicada justamente a los problemas reales, y ahora estamos ante un problema.
Por ejemplo, el hecho de haber estado encerrados en casa ha sido por una actitud solidaria y de protección, en el que no solo me quedo para cuidarme sino también para cuidar a los demás.


Pero bueno, creo que no digo nada nuevo, pues desde que empezó esta pandemia he leído muchos artículos referidos a filosofía y pandemia.

  1. En relación a los talleres de filosofía con niños que realizas ¿Crees que la filosofía tendría que estar más presente a lo largo del todo proceso educativo de los niñas o niñas?

Es curioso, justo hoy me ha llegado un pdf sobre la defensa de la reflexión ética y filosófica en las aulas, donde reivindica una asignatura centrada en la reflexión ética desde educación infantil. Este manifiesto esta firmado por los centros de Filosofía para Niños de España.

Por lo tanto, por supuesto que sí debería estar la Filosofía para niños presente a lo largo de todo el proceso educativo. El pensar no es únicamente cosas de adolescente en adelante como considera el sistema educativo. Los niños desde edad temprana se preguntan y se cuestionan por el mundo y su entorno. Esto se ve verbalizado y representado por los continuos por qués que tanto puede sacar de quicio a un adulto. Esos porqués están relacionados con esa admiración y ese asombro ante la realidad que describe Aristóteles en la Metafísica, primero por los fenómenos sorprendentes más comunes, aspectos que van surgiendo y verbalizándose a partir de los 3 años más o menos, y luego poco a poco planteándose problemas mayores.

La filosofía a edad temprana contribuye a la mejora de la propia educación del niño e inclusive en el área de habilidades básicas, como la capacidad de razonar, la creatividad, crecimiento personal e interpersonal, la comprensión ética, encontrar sentido a la experiencia, …

De hecho, la reflexión es más significativa cuando se parte de la propia experiencia personal antes que de un texto disecado como suele ocurrir en bachillerato. En los talleres se busca enseñar o aprender a filosofar, que no es lo mismo que aprender filosofía, que es lo que se da en bachillerato. El aprender filosofía es el factor que hace que el alumno sienta, en algunos casos, cierto repelús o incluso odio hacia esta, ¿por qué? Pues muy fácil, no responde a sus inquietudes, estos adolescentes se aprenden teorías “de viejos aburridos que no tenían ni tele ni internet y por eso solo pensaban tonterías, que no sirven para nada” como alguna vez me han llegado a decir.

Considero que el sistema educativo debe dar prioridad al desarrollo de la filosofía como aspecto dialéctico, donde los niños puedan ejercitarse en la discusión de los conceptos que ellos se toman en serio. Si los niños no tienen oportunidad de sopesar y discutir sobre medios y fines y sus relaciones, probablemente serán cínicos respecto a todo, excepto su propio bienestar, y los adultos no tardarán en acusarles de necios relativistas.

Yo veo Filosofía para niños como una representación de la educación del futuro y como una forma de vida.

El sistema educativo o la institución educativa, debe ayudar al niño a descubrir el sentido de sus experiencias. Cualquier cosa que ayude a descubrir el sentido de la vida es educativo, y los centros escolares lo serán a medida en que faciliten tal descubrimiento.

Mattew Lipman, propulsor de la filosofía para niños, escribió, entre otras cosas, sobre la necesidad de la investigación filosófica como modelo educativo. Lipman, en su libro “La filosofía en el aula”, escribe una frase, símbolo de la precariedad del sistema educativo: “Si nos quejamos de nuestros políticos, que se ocupan solo de sí mismos y de que son incultos, se debe recordar que son fruto del sistema educativo” La calidad del sistema educativo se ve en la sociedad.

Podría estar solo hablando sobre el programa de Filosofía para niños no solo como parte teórica sino como parte práctica y la gran cantidad de anécdotas con las que me encuentro. Y son las anécdotas o dichos de los niños los que hacen que vea en Filosofía un futuro totalmente prometedor.

  • ¿Qué es filocafé?

Se trata de cafés filosóficos o tertulias que organizo de manera Online, con un único objetivo, dejarnos llevar por el viento del logos.  

Si me permites voy a contar un poco la historia de por qué empecé con esto de los filocafés.

En el colegio de España en el que trabajé como profesora de Filosofía y filosofía para niños. Por el día mundial de la filosofía, con los alumnos de primero de bachillerato, pensé hacer algo especial que involucrara a toda la comunidad educativa, así surgió el pimer filocafé. De hecho los realizábamos en un aula con banquete al estilo socrático y se proponían los temas que los alumnos de bachillerato consideraban cruciales y eran temas actuales, del día a día. Este tuvo un gran éxito entre los alumnos, y se intentó al final de cada viernes de mes se organizar uno.
Al marcharme del colegio y venirme a Alemania, echaba de menos el poder hacer filosofía, el tener conversaciones interesantes y compartir ideas, y eso en mi circulo de aquí no lo encontraba.


Unos alumnos de aquel colegio me escribieron y entonces pensé «¿Por qué no hacerlo Online?» Y ese es el origen del filo-café online.

  • Los temas de filocafé tienen un carácter muy general lo que ha hecho que gente de todas las edades, más allá de tener o no tener formación filosófica participe. ¿podemos decir que es un café abierto a todos?

Sí, creo que la filosofía no debe formar únicamente parte de un circulo de especialistas que tratan conceptos puros o abstractos y que no todo ser humano puede entender.
Mi objetivo es que la filosofía o el filosofar pueda ser algo de todos, que no sea únicamente de unos pocos y que, por supuesto, no entienda de edades.
De hecho, de los que realizo actualmente online, el más joven hasta ahora tiene 13 años y se conectó un par de veces, después le sigue un exalumno de 15 años, y la persona más mayor no lo sé, la verdad.
Un día hablando con el del 15 me comentó que a él le gustaba este método, pues podría nutrirse de opiniones e ideas de cualquier persona de cualquier edad. Que una pregunta que a él le podría inquietar, también le puede inquietar a una de 40, por ejemplo.

También lo considero abierto, porque a parte de que estos filo-cafés no entienden de edades tampoco entiende de profesiones. Seas estudiante, profesor de filosofía, enfermera, profesora de lengua castellana, biólogo, jueza, parado, jubilado,… todos y todas pueden participar, pues son temas de la actualidad, aunque intento siempre exponer el tema y hacer una relación con algunos filósofos para conocer también que esos temas de la actualidad también han sido tratados a lo largo de la historia de la filosofía.

Además, al ser Online, cualquier persona desde cualquier lugar del mundo puede conectar, y no solo conocemos otras opiniones y puntos de vista, sino que también otras culturas y otros modos de vivir. Por ejemplo al filo café se apunta gente no solo de España, también hay seguidores desde México, Chile, Perú, Honduras,…

Creando así un proyecto abierto, respetuoso y solidario.

Eso sí, me gusta que cuando se trata de un tema específico haya una persona invitada que sea especialista en el tema, para escucharla y comprender. Por ejemplo, cuando se trató el tema de la libertad y el deber, conté con una jueza de la audiencia provincial. Pero claro, esto nos siempre es posible.

  • ¿Crees que es necesario hacer de la filosofía no sólo una actividad profesional o especializada sino un hábito o una actitud intelectual hacia la vida que con práctica y ejercicio todos podemos alcanzar?

Por supuesto, ya lo he comentado antes, no solo debe ser algo de profesionales, sino un algo de todos, un algo de atreverse a pensar con la ilusión de ser libres.

Todos somos en cierta medida filósofos que cuestionamos, aunque algunos son meros espectadores que decide ver las cosas pasar sin importar lo que dure la película.

En ese continuo cuestionar te vas formando como individuo auténtico y autónomo.

El que todos lo podamos alcanzar no lo tengo claro, pues siempre está ese espectador antes mencionado que prefiere ver la película pasar. Vivimos en la sociedad de la inmediatez y pararse a pensar no está de moda, aceptamos por verdadero lo que dice la mayoría y hacemos y actuamos lo que hace la mayoría para no sentirnos desplazados.

¿Quieres ser pastor o rebaño?
El pastor es un oficio que se ha de ir trabajando y aprendiendo, nadie tiene esa capacidad de pastorear, de dirigir, de ser auténtico y dueño de sí mismo y de sus ovejas. La persona que lleva una actitud intelectual hacia la vida, critica la cultura, se descubre a sí mismo y hace su propio camino, un camino en el que piensa el mundo, al yo y al otro. Y eso, hay que trabajarlo.

Cualquier aspecto de la vida cotidiana tiene un aspecto filosófico. Puedes aceptar por un “así es la vida” o puedes cuestionarlo con un “¿Por qué es así la vida?”

Por ejemplo: Llorar, ¿qué tiene de filosófico? Pues las emociones y su relación con el ser humano y la psicología, el vínculo con la libertad, ¿somos libres de elegir nuestros sentimientos? ¿Podemos elegir cómo nos sentimos?
            También el ir al baño, ir al baño es una necesidad primaria, y está en relación con la naturaleza y la sociedad. Por lo tanto, en ese acto, tenemos la discusión entre lo instintivo y el aspecto cultural. No todo el mundo en todos los países y en todas las culturas van igual al baño. Es todo un ritual a veces. No voy a entrar en detalles. O ver vídeos de caídas graciosas en Youtube, el morbo, el disfrute y la falta de empatía por el que se ha caído. A nosotros nos resulta gracioso porque no hemos sentido dolor , pero ¿y al accidentado?.

Bueno, me he ido de la pregunta, en conclusión, considero que sí es necesario hacer de la filosofía un hábito intelectual hacia la vida.

  • En el filocafé subyace la  idea socrática de la búsqueda colectiva de la verdad escuchándonos unos a otros. ¿Qué crees que le pasaría a Sócrates si levantara la cabeza y viera en qué tipo de caverna vivimos?

Bueno, yo creo que a Sócrates le encantarían las redes sociales, pero no utilizaría cualquier red social, no sé cuál de todas, quizás Twitter aunque hay falta de caracteres, aunque las aportaciones o cuestiones de Sócrates no se andaban con rodeos, eran simples, cortas y relativamente claras, según en qué diálogo. Sócrates intentaría a través de la red social llevar a sus seguidores al descubrimiento de uno mismo y salir de la caverna. ¿Cómo? Pues con paciencia, haciéndose pasar en primer lugar por un ignorante y cuando el resto de los cavernícolas vieran su “sin sentido”, empezaría su método de la dialéctica mayéutica para sacar a la luz el encuentro con el otro y el autodescubrimiento de uno mismo a partir de la pregunta-respuesta.

En los filos-cafés no se trata de buscar una verdad absoluta a partir de la pregunta-respuesta, sino de despertar el sentido crítico y enriquecernos de conocimiento y puntos de vistas. En ese caso no sé si Sócrates se apuntaría a los filocafés por el relativismo de estos en cierto modo, pero probablemente si que se pasaría si hiciéramos unos banquetes, con sus uvas, divanes, vino,… muy interesante.

  • Alguien que esté escuchando el podcast y que quiera participar en alguno de estos filo cafés ¿Qué tiene que hacer?

Seguirnos en RRSS. Arjephilo está en Twitter, Facebook e Instagram. Hay suelo colgar todo lo referido a Arjephilo.

También, se puede seguir la Web de Arjephilo, así cada vez que haya una entrada nueva le llegaría un mensaje o cuando se inscriba a un filocafé por primera vez en el formulario de inscripción tachar “Quiero estar informado de más eventos que organiza Arjephilo”. De esta manera cada vez que haya un Filocafé se le informará por email. Necesita revisar el SPAM probablemente.


Escucha la entrevista completa:

Sin ánimo de lucro: Cafés y filosofía. Spotify

Sin ánimo de lucro: Cafés y filosofía. iVooX

Filocafé: Neoliberalismo y la construcción del sujeto


¿Te lo perdiste? Puedes verlo en YOUTUBE o escucharlo a través de iVoox:


¿Elección o imposición?

Vivimos en una sociedad donde la palabra libertad aparece constantemente: Libertad de elección, de consumo, de pensamiento. Pero, ¿Somos realmente dueños de nuestras decisiones? ¿O nuestras elecciones están condicionadas por fuerzas invisibles que nos moldean y administran sin que lo notemos?

El neoliberalismo no es solo un modelo económico, sino también una forma de organizar la vida, de definir qué significa ser un individuo y de establecer las reglas del juego en la sociedad. Nos promete autonomía, pero al mismo tiempo nos somete a un sistema de control basado en la política del marketing, el consumo y la gestión de la existencia. ¿Realmente somo libres o simplemente seguimos un guion preestablecido?

En este espacio que Arjephilo brinda para la reflexión y el diálogo, se busca un entendimiento más profundo sobre el neoliberalismo en la construcción de nuestra subjetividad y qué alternativas tenemos para repensarnos fuera de sus lógicas de poder con un invitado especial, Cristian Giambrone, de Pensar Liberado.

No es necesario ser un experto en filosofía para participar; solo se necesita el deseo de aprender, debatir y, por supuesto, dejarse llevar por el viento del logos


Cristian Giambrone, profesor de filosofía, interesado en cuestiones socioecómicas y políticas, especialmente en la desigualdad estructural de la economía de mercado. Autor y editor de Pensar Liberado, un espacio de formación y divulgación filosófica que busca estimular el pensamiento crítico y reflexivo entorno a cuestiones sociales, políticas, antropológicas y científicas, ya sea a traves de cursos de formación o RRSS.
Próximo Curso Online: El precio del Neoliberalismo


El espejismo del crecimiento económico por Wilmer Torres

Neoliberalismo sexual: El mito de la libre elección de Ana de Miguel ed. Cátedra

Breve historia del neoliberlaismo de David Harvey Ed. Akal

Silencio reflexivo y subjetividad resistente al neoliberalismo de Juliana Berrío- Escudero y Mauricio Bedoya-Hernández 

Recomendaciones para ayudarnos a comprender el régimen neoliberal de Floren Aoiz


Club de lectura: «En el castillo de Barbazul» G. Steiner


En este Club de Lectura, se trabajará los aspectos claves de la obra de George Steiner En el castillo de Barbazul. Un análisis de cómo la alta cultura ha coexistido con la barbarie, cuestionando si el arte y el conocimiento realmente nos hace más humanos. Steiner, a través de la metáfora del castillo, analiza cómo Occidente ha ocultado sus propias atrocidades, desde el Holocausto hasta otras formas de violencia sistemática.

Con este pretexto, la obra nos invita a reflexionar como en un mundo donde la tecnología y la cultura avanzan sigue persistiendo el odio, la guerra y la desinformación. Un análisis sobre la memoria histórica, la responsabilidad ética del arte y el riesgo de que el conocimiento se desconecte de la moral.


La actividad estará guiada por Alejandro Martínez y Miguel Ángel Mozún, licenciados de Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid.

Apúntate y disfruta del placer de hacer filosofía en vivo. El encuentro será de aproximadamente 1 hora.

¡Os esperamos a todos y todas!

«Nada, salvo la realidad, nos ha nos ha enseñado y preparado para la estasis o la regresión.»

George Steiner. En el Castillo de Barbazul


Steiner en el castillo: perplejidades de la poscultura de Ronaldo González Valdés

Ópera: Béla Bartók- El castillo de Barbazul
https://www.youtube.com/watch?v=8-HT3deNM04


Filocafé: Humanos y Máquinas.

El futuro del Arte y la Educación ante la emergencia de la IA


¿Te lo perdiste? Puedes verlo en YOUTUBE:

https://www.youtube.com/watch?v=Q3kadwcFP30


En un mundo donde el progreso tecnológico está avanzando a pasos agigantados, la Inteligencia Artificial está transformando la educación y el arte de maneras que apenas comenzamos a comprender.

Poco a poco las herramientas digitales se están integrando en los procesos de enseñanza y aprendizaje, haciendo que surjan nuevas metodologías que desafían las formas tradicionales de entender la educación. Lo mismo sucede con el arte, donde las innovaciones tecnológicas ofrecen a los artistas nuevas maneras de expresarse y conectar con su público, transformando no solo la creación de obras, sino también la forma en que se consumen y se comparten. ¿Cómo afecta esto nuestra creatividad, nuestra forma de aprender y enseñar? ¿Cómo afecta a la manera en la que vemos el arte?

Nos enfrentamos a un panorama en el que la interacción humana se complementa con algoritmos inteligentes. La necesidad de adaptarse se vuelve vital, ya que la inteligencia artificial no solo está reconfigurando el contenido, sino que también invita a una revalorización de las habilidades creativas innatas. ¿Estamos ante una nueva era de colaboración entre humanos y máquinas o frente a la posible pérdida de la esencia artística y educativa?

Después de un tiempo, retomamos el diálogo sobre Inteligencia Artificial. En esta segunda parte, profundizaremos sobre el futuro del Arte y de la Educación ante la emergencia de la IA, para ello contaremos con miembros del Instituto Peruano de Inteligencia Artificial y Ciudadanía Digital.

No es necesario ser un experto en filosofía para participar; solo se necesita el deseo de aprender, debatir y, por supuesto, dejarse llevar por el viento del logos


Directorio del Instituto Peruano de Inteligencia Artificial y Ciudadanía Digital junto con el grupo de Arte e Inteligencia Artificial.

Canal de Youtube: Instituto Peruano de Inteligencia Artificial y CD

Facebook: Instituto Peruano de Inteligencia Artificial y Ciudadanía Digital 


Filocafé: Filocafé: Inteligencia artificial. Pensar el presente

Rompiendo barreras: la revolución tecnológica de la Inteligencia Artificial

Verdad y realidad: ¿estamos preparados para el laberinto tecnológico?

Filosofía con la IA desde Diálogos Filosóficos con Álex Fabián Mejía

FilosofíaTB: Sobre Inteligencia Artificial

La muerte del arte ante nuestros ojos

Sócrates contra ChatGPT: recuperar el diálogo para salvar la democracia

A la luz del pensar: Inteligencia artificial y tecnología de Carlos Javier González Serrano

Filosofía de la Inteligencia Artificial. Wikipedia

Bibliografía:

GÉISER. Inteligencias artificiales 2025. ¿Qué tiene que decir el ser humano?

El espejismo del crecimiento económico

La trampa del consumismo navideño

Con la llegada de la Navidad, las ciudades se llenan de luces, los escaparates compiten por atraer miradas, y un ambiente de consumo domina las calles, poniendo a prueba los presupuestos familiares. Este frenesí no es casualidad, sino el reflejo de un sistema económico que ha hecho del crecimiento su principio rector.

La Navidad, celebración religiosa que conmemora el nacimiento de Jesucristo, ha evolucionado hasta convertirse en una de las temporadas comerciales más lucrativas a nivel mundial. En esta época, las familias tienden a gastar más, impulsadas por el espíritu festivo, las tradiciones y la presión social de cumplir con las expectativas de regalos y celebraciones. Los datos son reveladores:

  • En Estados Unidos, el gasto navideño ha mostrado una tendencia creciente en los últimos años. Según una encuesta de The Conference Board (ver informe de 2024), los consumidores estadounidenses planean gastar un promedio de 1.063 dólares en compras relacionadas con las fiestas, lo que representa un incremento del 7,9% respecto a los 985 dólares de 2023.
  • En España, la Organización de Consumidores y Usuarios (ver informe de la OCU) estimó en noviembre de 2023 que los españoles destinarán una media de 745 euros durante la Navidad, distribuidos principalmente en 396 euros para regalos y 190 euros para celebraciones y comidas, consolidando una tendencia al alza en el consumo navideño.

El creciente gasto navideño evidencia cómo el sistema económico transforma nuestras tradiciones culturales en oportunidades para impulsar el consumo de bienes y servicios. Esto nos invita a una reflexión clave: ¿es sostenible un modelo económico que constantemente nos exige gastar y producir más?

El crecimiento económico: historia y contradicciones

Retrocedamos al siglo XVIII, cuando surgieron las primeras tesis sobre el crecimiento de la mano de Adam Smith, considerado el padre de la economía moderna. En su obra, La riqueza de las naciones, argumentó de manera convincente que la división del trabajo, el comercio libre y la inversión en capital son los pilares fundamentales para aumentar la productividad y, por ende, propiciar el crecimiento económico. Un mercado libre y competitivo permitiría a las naciones incrementar su riqueza al fomentar una mayor producción de bienes y servicios (Smith 2011/1776).

David Ricardo, otro destacado economista clásico, adoptó un enfoque más cauteloso y se centró en los factores productivos como la tierra y el trabajo, introduciendo la teoría de los rendimientos decrecientes. Esta teoría postula que, al aumentar la cantidad de un recurso utilizado en la producción, la cantidad adicional obtenida disminuye progresivamente (Ricardo 2015/1817). Es decir, llega un momento en que poner más esfuerzo produciendo algo no compensa porque el beneficio extra que se obtiene cada vez es menor, y esto es así porque los recursos naturales son limitados y escasos, por lo que no pueden explotarse indefinidamente y, al mismo tiempo esperar mantener niveles de producción crecientes o constantes.

Para bien o para mal, Ricardo no pudo anticipar las transformaciones que desencadenaría la Revolución Industrial, período que marcó un avance extraordinario en la producción, impulsado por la mecanización, la expansión del comercio y una gestión más eficiente de los recursos naturales, todo ello favorecido también por innovaciones tecnológicas. Este periodo despertó en el imaginario colectivo la idea de un crecimiento económico que no conoce límites.

No obstante, las mismas dinámicas de crecimiento que marcaron ese periodo han dado lugar a nuevos desafíos que cuestionan su sostenibilidad, la explotación masiva de recursos nos está llevando a una crisis climática sin precedentes. Esto se ve reflejado en el Earth Overshoot Day, una fecha simbólica que indica el día en que hemos consumido más recursos de los que el planeta puede regenerar en un año. Los datos son preocupantes ya que por ejemplo en este año dicha fecha cayó el 1 de agosto. Es decir, hemos consumido la biocapacidad de la Tierra de un año en 212 días, esto implica que necesitaríamos 1,72 (365/212) Tierras para mantener nuestro estilo de vida durante 2024. A continuación, valoremos tres factores clave que pueden ayudarnos a entender mejor esta tendencia alarmante de crecimiento desmedido.

  1. El sesgo del crecimiento exponencial

Uno de los mayores obstáculos para entender los límites del crecimiento económico es que tendemos a pensar de manera lineal, mientras que muchos eventos siguen patrones exponenciales. Un ejemplo claro lo vimos durante la pandemia de COVID-19. Al principio, los contagios parecían manejables, pero en poco tiempo los casos se dispararon porque cada persona infectada podía contagiar a varias más, y así sucesivamente. Lo que parecía un problema pequeño creció tan rápido que desbordó nuestros sistemas sanitarios y nos forzó a tomar medidas drásticas.

Con el crecimiento económico ocurre algo similar. Al principio, la explotación de recursos como el agua, la energía o los minerales parece sostenible. Pero a medida que la demanda aumenta, su agotamiento se acelera, y los costos ecológicos y sociales se disparan. Esto genera una presión cada vez mayor sobre los recursos disponibles, exigiendo ajustes en cómo se gestionan para hacer frente a estas demandas aceleradas.

  1. El círculo vicioso del crédito

Otro aspecto que impulsa el crecimiento económico está relacionado con cómo funciona nuestra economía. Muchas personas recurren a créditos y préstamos para financiar sus gastos, como aquellos de las fiestas navideñas. Esta inclinación a gastar más se conecta con lo que Yuval Noah Harari describe en Sapiens como la base del crecimiento económico moderno: un sistema sostenido por la imaginación colectiva y la confianza en un futuro mejor que se sostiene a través del crédito. El crédito nos permite construir el presente a expensas del futuro.

Dicha confianza creó crédito, el crédito produjo crecimiento económico real; y el crecimiento reforzó la confianza en el futuro y abrió el camino para más crédito todavía (Harari 2016, p. 342).

  1. El mito del progreso tecnológico

Finalmente, otro elemento que perpetúa la idea de un crecimiento económico ilimitado es la fe inquebrantable en la tecnología para superar cualquier barrera. Esta creencia se ha consolidado a lo largo de los últimos doscientos años, alimentada por los avances que nos ha dejado la Revolución Industrial, que parece confirmar la noción de que siempre habrá soluciones técnicas para los desafíos económicos y ecológicos. Tal como lo advierten Meadows et al. (2004/1972):

La idea de que pueda haber límites al crecimiento es para mucha gente imposible de imaginar. Los límites son innombrables desde el punto de vista político e impensables desde el punto de vista económico. La cultura tiende a negar la posibilidad de que existan límites, confiando profundamente en el poder de la tecnología, en el funcionamiento del libre mercado y en el crecimiento de la economía como solución a todos los problemas, incluso a los creados por el crecimiento (Meadows et al. 2004, p. 203).

Rain, Steam, and Speed – The Great Western Railway. Óleo sobre lienzo 91 x 121.8 cm. Galería Nacional de Londres. Londres, Reino Unido.

¿Una Navidad diferente?

En este contexto, es necesario replantear nuestra relación con el consumo, y algunas iniciativas ya están marcando el camino como por ejemplo el proyecto buy nothing que fomenta el intercambio de bienes en lugar de comprarlos, promoviendo una economía de regalo que fortalece las conexiones comunitarias y con ello ayuda a reducir el consumo excesivo.

A nivel personal, podemos reflexionar sobre nuestras prioridades. ¿Es necesario comprar el último gadget tecnológico o acumular regalos materiales para demostrar afecto? Optar por regalos hechos a mano, experiencias compartidas o donaciones a causas sociales son alternativas que pueden reducir nuestra huella ecológica.

El consumismo navideño es un síntoma de nuestro sistema económico, pero también es una oportunidad para cuestionarlo. Mientras seguimos celebrando la imaginación colectiva y su capacidad para generar confianza en el futuro y reforzar las bases del capitalismo, debemos recordar que esta misma imaginación puede ayudarnos a visualizar un futuro diferente. Un futuro basado en límites sostenibles, el cual requiere un cambio importante en nuestras expectativas, prioridades y comportamientos. Un cambio que podría comenzar con pequeñas decisiones, como reconsiderar nuestras compras navideñas para este año.

En última instancia, la verdadera magia de la Navidad no surge de las cosas que vayamos a comprar, sino de los valores que decidamos compartir. Esto nos invita a reflexionar sobre quiénes queremos ser en un mundo que, con demasiada frecuencia, nos define por lo que acumulamos más que por lo que somos. Quizá estas fiestas nos brinden la ocasión para formularnos una pregunta esencial: si el sistema económico actual se halla en conflicto con los límites del planeta y con nuestros valores más profundos, ¿qué sistema —y qué humanidad— queremos dejar a las generaciones venideras?

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Harari, Y. N. (2016), Sapiens de animales a dioses, Breve historia de la humanidad, Editorial Debate.

Meadows, D. H., Randers, J., & Meadows, D. L. (2004/1972), The Limits to Growth: The 30-Year Update, Chelsea Green Publishing.

Ricardo, D. (2015/1817), Principios de economía política y tributación, Editorial Fondo de Cultura Económica.

Smith, A. (2011/1776), La riqueza de las naciones, Alianza Editorial.

Enlace a la página web de Earth Overshoot Day: https://overshoot.footprintnetwork.org/

Enlace a la página web del proyecto buy nothing: https://www.buynothingproject.org/

Apología al No

El hombre libre es aquel que no teme decir ‘No’.


El “No” es mucho más que una simple negación; es una afirmación enmascarada, una declaración contundente de existencia, identidad y límites. EN un mundo obsesionado por el “Sí”, con la afirmación constante y la búsqueda interminable de aprobación, el “No” se erige como un acto de resistencia, un baluarte de la autonomía y una forma profunda de pensamiento crítico. Decir “No” es un ejercicio de libertad. Cada vez que lo pronunciamos, trazamos una línea que protege nuestro espacio interior y establece una barrera ante las imposiciones externas. Es, en esencia, la forma más pura de declarar que tenemos una voluntad propia y que no estamos dispuestos a diluirnos en el flujo de lo esperado.

La filosofía misma nació de una negación. Los primeros pensadores se atrevieron a rechazar las explicaciones dogmáticas y las creencias cómodas de su tiempo, apostando por la incertidumbre y la duda. De hecho, el mismoRené Descartes llegó a su célebre “Pienso, luego existo” tras negar todo lo que pudiera ser falso, esto quiere decir que muchos de esos noes en la historia del pensamiento humano ha sido una pequeña, o grande, chispa de renovación. Se puede considerar que, lejos de destruir, el «No» abre la puerta a nuevas formas de entender el mundo, a preguntas que antes no nos atrevíamos a formular. Es, por tanto,un acto profundamente creativo, un motor de transformación que impulsa tanto al individuo como a la sociedad hacia territorios inexplorados.

Sin embargo, el «No» no solo tiene un valor intelectual o filosófico. ¿Qué nos sugiere la negación dentro del ámbito ético?  Se puede considerar de que se trata de una herramienta esencial para delimitar lo que no estamos dispuestos a tolerar como individuos y como humanidad. Decir «No» a la violencia, a la injusticia o a la discriminación no es solo un acto de rechazo, sino una afirmación de principios que define quiénes somos. Pero esta negación no debe ser impulsiva ni sistemática; requiere reflexión, convicción y responsabilidad. Un «No» vacío puede ser destructivo, mientras que un «No» bien pensado, es una forma de defender la integridad y la dignidad.

Tambien lo encontramos en el plano personal, la negación tiene una dimensión profundamente íntima. Aprender a decir «No» es aprender a cuidar de nosotros mismos. Es el acto mediante el cual protegemos nuestra energía, establecemos límites saludables y nos negamos a aceptar demandas que nos agotan o relaciones que nos destruyen. El «No» es, en este sentido, un gesto de amor propio, una forma de recordarnos que no somos infinitos ni omnipotentes, y que proteger nuestra esencia es tan importante como compartirla. Como afirmó Rainer Maria Rilke, «la soledad es el lugar donde se encuentra la verdad» en Cartas a un joven poeta. Y muchas veces, el «No» es el primer paso hacia esa soledad necesaria, hacia ese encuentro con nuestra voz más auténtica.

Si el «No» es tan poderoso, tan esencial para nuestra libertad, creatividad y dignidad, cabe preguntarse: ¿por qué nos cuesta tanto decirlo? ¿Es el miedo al conflicto, a la soledad o al rechazo lo que nos paraliza? ¿Cuántas veces aceptamos algo por inercia, traicionando nuestra esencia en el proceso? ¿Qué nos dice esto sobre nuestra sociedad, que premia el «Sí» como un símbolo de cooperación, pero castiga el «No» como un acto de disidencia?

El «No» no es, como podría parecer, un símbolo de negatividad, sino de posibilidad. Es el cimiento sobre el que construimos nuestras decisiones, nuestras convicciones y nuestra identidad. Es el acto de resistencia que desafía la inercia del conformismo, la semilla del pensamiento crítico y la frontera que protege nuestra humanidad. Defender el «No» es defender la libertad, la creatividad y la autenticidad. En un mundo que idolatra el «Sí», que premia la complacencia y castiga la disidencia, el «No» es un acto revolucionario. ¿Cuántos «Noes» valientes están pendientes en tu vida? ¿Cuántos «Noes» necesitas pronunciar para ser quien realmente eres?


Nota: Este texto surgió a partir de una conversación en la que se demostró -o se intentó demostrar- la importancia de saber decir «No», especialmente a una persona que afirma «no saber cómo hacerlo o que nunca dice no». Como ejemplo, se utilizó la figura del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, entre otros. Si a él se le hubiera dicho «No» en lugar de llevar a cabo los ataques a Palestina, es posible que hubiera acatado esa orden. Este ejemplo ilustra cómo el «No» puede ser un acto de resistencia y una herramienta para evitar decisiones destructivas. Si todos tuviéramos la capacidad de decir «No» de manera firme y reflexiva, podríamos evitar muchas de las injusticias y daños que surgen cuando se cede ante presiones externas o la complacencia. El «No» es, en última instancia, un acto de responsabilidad que, si se emplea con convicción, puede prevenir la perpetuación de abusos y opresiones.

La zona gris de la humanidad

A lo largo de los siglos, la humanidad ha oscilado entre el bien y el mal, la guerra y la paz, la libertad y el control. Estos conceptos no son solo parte de nuestra historia, sino de nuestra esencia. Los actos de violencia y opresión contrastan con nuestros ideales de justicia y convivencia, y nos empujan a reflexionar sobre nuestra naturaleza, nuestras elecciones y las estructuras que nos moldean. 

El mal, en sus múltiples formas, nos confronta con las facetas más oscuras de nuestra condición. Actos como la tortura, el genocidio o la esclavitud, aunque formalmente condenados hoy, no son solo una herencia del pasado: persisten en el presente, revelando que el mal no es un anacronismo, sino una realidad. Lo vemos en muchos de los conflictos armados que están ahora mismo sobre la palestra, mensajes en RRSS, entre otros…

Hannah Arendt, al observar el juicio del nazi Adolf Eichmann, describió el mal como «banal», encarnado no en un monstruo, sino en un hombre corriente que renunció a pensar y obedeció órdenes. Esto pone en duda la idea de que el mal solo reside en intenciones malignas, sugiriendo que, muchas veces, las circunstancias y la falta de reflexión son los verdaderos catalizadores del daño. 

Si aceptamos esta perspectiva, surge una pregunta esencial: ¿cuánta responsabilidad tiene un individuo que actúa bajo presión o en un sistema que fomenta el mal? ¿Es la obediencia ciega tan peligrosa como el odio deliberado? 

Ilustración de un taller de FpN sobre ¿Qué es el mal? (12-14 años)

Experimentos como el de Stanley Milgram refuerzan esta idea: personas comunes, en situaciones controladas, son capaces de causar sufrimiento grave simplemente porque una figura de autoridad se lo pide. Este fenómeno plantea una cuestión inquietante: ¿cómo evitamos que las estructuras sociales nos conviertan en agentes de daño? 

Esto nos lleva a tratar otro tema, el bien y el mal, como algo que está más allá de lo maniqueo.

La filosofía ha intentado desentrañar esta dualidad. Desde la visión de Hobbes, quien veía al ser humano como egoísta por naturaleza, hasta Rousseau, que lo consideraba bondadoso hasta que la propiedad y la sociedad lo corrompían, las perspectivas son diversas. Sartre, por su parte, negó una naturaleza fija, afirmando que somos lo que hacemos con nuestra libertad. 

La literatura también ha explorado estas tensiones. En “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, Stevenson muestra cómo el mal puede ser una parte latente de nuestra identidad, lista para emerger cuando las circunstancias lo permiten. Si nuestras acciones no siempre obedecen a intenciones claras, ¿qué nos define: ¿lo que hacemos, lo que deseamos o lo que intentamos evitar?  ¿Es posible que el mal sea, en cierto sentido, necesario para comprender y valorar el bien? ¿O deberíamos aspirar a eliminarlo completamente, si eso fuera posible? 

He mencionado la palabra libertad, una de las más evocadoras y manipulables del lenguaje humano. Su capacidad para inspirar, movilizar y justificar acciones de todo tipo la ha convertido en un concepto poderoso, pero también ambiguo. Aunque a primera vista parece ser un ideal universal, su significado cambia según quien la emplee y el contexto en el que se invoque. Históricamente, ha sido la bandera de ideologías y movimientos opuestos: fascistas, comunistas, dictadores y revolucionarios han encontrado en ella un símbolo adaptable para sus causas, ya sea para justificar una guerra, promover un genocidio o defender derechos fundamentales. Esta versatilidad no solo refleja su atractivo retórico, sino también su capacidad para ser tergiversada y servir a intereses particulares.

En esencia, la libertad es un concepto positivo. Sin embargo, cuando se utiliza como herramienta discursiva, puede convertirse en un arma para legitimar actos de opresión y violencia. Esto nos enfrenta a una paradoja esencial: ¿es la libertad un fin en sí mismo o un medio para alcanzar otros objetivos? En muchos casos, la libertad pierde su sentido original y deja de ser una condición para la convivencia y la autorrealización, transformándose en un pretexto para dividir, destruir y dominar.

Esta omnipresencia contribuye a banalizar su valor y a desviar la atención de cuestiones esenciales: ¿para qué sirve la libertad y a quién beneficia realmente? Cuando tanto opresores como oprimidos la reclaman como bandera, se hace evidente la necesidad de cuestionar su uso, su contexto y su autenticidad.

La libertad auténtica no puede ser la simple ausencia de restricciones ni la capacidad de imponer la propia voluntad sobre otros. Su significado más profundo radica en el equilibrio entre derechos y responsabilidades. Si el ejercicio de la libertad de unos implica la opresión o el sufrimiento de otros, deja de ser una verdadera libertad en el sentido ético y humano. Este equilibrio exige una reflexión mucho más profunda, ya que no se trata solo de defender la libertad como un principio abstracto, sino de considerar sus implicaciones y límites en nuestras relaciones, sociedades y sistemas.

En fin, la filosofía contemporánea, lejos de quedarse en preguntas sin respuesta, puede ofrecernos herramientas para enfrentar estos desafíos. Como sugiere Foucault en “La hermenéutica del sujeto”, debemos volver al gnothi seauton (conócete a ti mismo) para reflexionar sobre cómo vivir éticamente en un mundo lleno de sombras. Esta mirada introspectiva nos invita a construir una vida más consciente, basada en la bondad, la convivencia y el respeto por las libertades. 

Al final, somos seres complejos, grises, atrapados entre luces y sombras, no todo es blanco o negro. Pero la cuestión es, ¿es esta «zona gris» una excusa para la inacción o una oportunidad para elegir el bien a pesar de nuestras imperfecciones?  Porque, aunque el camino sea difícil, el objetivo es claro: construir un futuro donde el bien prevalezca, donde la paz supere a la guerra, y donde la libertad no sea un privilegio, sino un derecho inalienable. 


El texto fue escrito a partir de algunas de las ideas de las introducciones de los filocafés: ¿Hay personas completamente malas? (partes 1 y 2), Diálogos sobre guerra y paz, y Libertad y control.