La democracia mediática

Es necesario dirigir la mirada a la actualidad política y ser conscientes de la gran influencia de los medios de comunicación en nuestra sociedad, en relación a nuestra forma de vivir la ciudadanía. Esto es lo que muchos analistas políticos denominan como «Democracia mediática».

Un ejemplo bastante claro de este nuevo concepto es el enorme despliegue mediático llevado a cabo por los políticos en las campañas electorales, donde no solo hay una fuerte inversión en marketing sino que también podemos ver auténticos shows televisivos al estilo «Salsa Rosa» con tertulias, debates, entrevistas e incluso concentraciones donde hay un sitio para los espectáculos musicales.

Los medios de comunicación influyen no solo en nuestras propias expectativas y experiencias, sino que también son los propios conformadores de nuestra propia opinión. Razón por la cual es tan importante la información que tenemos de un/a candidato/a político/a y la imagen; pues esto será crucial para ejercer el voto en las elecciones. Unas elecciones que deciden, en cierto modo, el destino de un país.

Las diversas fuerzas políticas buscan extender sus tentáculos con su «buena imagen» a través de diversos foros de la comunicación, ya sea a través de Internet con blogs, páginas de Facebook, Twitter,… televisión o periódico, lugares donde la transmisión de la información y las decisiones son de mayor influencia para garantizar la fidelidad del electorado. Esto siempre me gusta explicarlo con el siguiente ejemplo: El ciudadano es conocedor de qué tipo de prensa ha de leer o en qué canal verá el telediario según su ideología política, quedando al margen – en cierta mediada- del resto de opiniones.

Pero no todo gira entorno a la «buena imagen», cabe mencionar esos grandes grupos de poder económico que respaldan ciertos políticos y que a su vez componen, desde sus propios medios, la realidad que los ciudadanos consideran como objetiva, siendo no más que una verdad basada en el puro interés y beneficio para ellos mismos, y no para el de los ciudadanos.

De esta manera, surge una nueva forma de cómo hacer política, una política que se basa en la personalización, espectacularización y sustitución.
Esto es un abandono del discurso racional entre partidos políticos, portadores de ideas y con un programa para debatir, pasando a ser un enfrentamiento personal de unos «personajes» que triunfarán si logran que el público se identifiquen con ellos, al mismo tiempo que emplean sus propios métodos en el mundo del marketing, con el fin de mantener la atención y entretener al espectador, considerando que la emoción vale más que la razón; y, por último, esa imagen que proyecta el líder y su capacidad comunicativa hace más que las ideas o proyectos defendidos.

Este nuevo tipo de democracia mediática pone en peligro la autentica democracia. El sistema mediático ha de estar al servicio de la democracia y no ser ni un poder paralelo ni un contrapoder.

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