La felicidad analógica.

“¡Felicidad! Por qué sin conocerte,

paso mis días anhelándote.”

B.

En el presente texto pretendo presentar la idea de felicidad en Aristóteles, apoyándome en una lectura de Gustavo Bueno. Mi objetivo es que sigamos aproximándonos a un concepto tan poco estudiado como ampliamente extendido, de cuyo anhelo y confusión se aprovecha la boyante industria de la autoayuda, y que necesita crítica y análisis. Si hacemos el grato esfuerzo de contemplar las teorías sobre la felicidad que se han desarrollado a lo largo de la historia, veremos que las diferentes concepciones surgen en conexión con diferentes principios y sistemas. Atendiendo a sus distintas concepciones históricas podremos escapar de falsas promesas, de relativismos y elaborar una posición crítica de su posibilidad.  

Para exponer el concepto de felicidad aristotélico debemos acudir a su “Metafísica” y a su “Ética a Nicómaco”. En su Metafísica, dentro del Libro XII, Aristóteles afirma la existencia de un ser divino inmaterial que se encuentra fuera del universo. Este ser es el más alto en la escala ordenada de los seres y sólo él es plenamente feliz. La felicidad es un atributo divino. Como afirma Aristóteles, dios se encuentra siempre tan bien como nosotros a veces, y él, además, más aún. Él siempre y plenamente, nosotros a veces e imperfectamente.  

Aristóteles no piensa en un dios creador, ya que considera el universo como una realidad de duración infinita, sin origen en el tiempo. Este cosmos lo divide en una región sublunar, donde todo se encuentra en continuo movimiento y cambio, y una región supralunar, reservada a los astros celestes. Los astros serían unos entes especiales, que se mueven localmente por la bóveda celeste pero que, sin embargo, son incorruptibles al no estar sometidos a cambio. Esto es debido a que sus cuerpos tienen una materia totalmente actualizada en su género y, por tanto, no sufren cambio alguno, más allá de ese movimiento local y circular que realizan. Estos entes estarían próximos a la divinidad, pero no se identificarían con ella.   

No sólo no creó el universo el dios aristotélico, sino que tampoco es conocedor de su existencia. Es un dios que no gobierna nuestro mundo porque no lo conoce. No es, por tanto, providente; no nos puede proveer o dotar de lo necesario. Se podría decir que el dios de Aristóteles no es religioso. Es un dios sin religión, puesto que no hay manera de relacionarse con él. Por supuesto, no nos ama, precisamente porque solo se puede amar lo que se conoce.

El dios de Aristóteles es un motor único, es el primer motor inmóvil, una fuente inagotable de movimiento que no necesita a su vez otro motor, porque es acto puro. No tiene nada por hacer, no tiene que actualizar ninguna potencialidad y no se ve sometido, como los astros, ni tan siquiera a aquel movimiento local y circular. Además, como hemos visto, no es consciente de que mueve el universo eternamente, pero es el principio de movimiento como causa primera y final de todo el universo. Nosotros somos su efecto.

Este dios aristotélico será el depositario de una felicidad plena y eterna. La felicidad consistiría en el placer de la actividad contemplativa de su perfección, de identificar su entendimiento y su inteligibilidad misma. En este mundo sublunar, sin embargo, qué podíamos esperar: una felicidad, que ordo essendi, es inferior, una felicidad que no es eterna, y que no solo no es eterna, sino aquella que es propia de substancias particulares que se corrompen. En este mundo sublunar, todo muta. En el mundo hay generación y corrupción. Existe el nacimiento y la muerte. La felicidad a la que se puede aspirar en esta región es una felicidad analógica. Diremos que es felicidad porque se parecerá a la que tendrá dios, pero en un orden del ser descendente jerárquicamente, en la región de la corrupción y la mutabilidad. Esa felicidad de la que habla Aristóteles para el hombre será la felicidad divina por analogía, es decir, como relación de semejanza de cosas distintas.

En la ética, Aristóteles realiza una investigación sobre qué entendemos por felicidad. Como empirista, atiende a las diferentes concepciones de la felicidad y llega a la conclusión de que el concepto varía con relación a las sociedades y a los sabios. Como se suele decir de forma acrítica, cada uno tendría su visión de la felicidad, sería algo personal. Sin embargo, no se detiene aquí, sino que va haciendo un trabajo crítico. No es un empirista que observa y describe, sino que se sirve de su observación para ir negando qué cosas verdaderamente puedan ser llamadas felicidad. Aristóteles parte de un empirismo crítico para ir confrontando lo que no puede ser la felicidad, pero su concepción de la felicidad como hemos visto será teológica, no empirista.

Por ejemplo, no puede identificarse la felicidad con el poder, el dinero o el vivir mucho tiempo. La felicidad tiene que ser algo permanente por analogía con la felicidad divina. Aquí encontramos la vinculación de la ética con su ontología teológica. Si la felicidad de dios es eterna, en su actividad sin fin, la felicidad no puede apoyarse en un bien contingente y efímero como son las riquezas, el poder o la longevidad. No serían bienes capaces de dar felicidad. Además, no se puede responder a qué es la felicidad atendiendo a lo relativo a cada uno o a cada cultura. Las personas no se ponen de acuerdo y parece no haber criterio. Sin acuerdo, la comprensión de lo que entienden por felicidad se vuelve oscura hasta para el que lo afirma. La falta de claridad al explicarnos a los demás, es siempre también oscuridad para uno mismo. Si uno mismo afirma que la felicidad es lo que a cada uno le parece la felicidad, no sabrá realmente de qué habla cuando dice soy feliz. Deberá decir qué es y definirla. Será entonces cuando podríamos observarla críticamente y ver su potencia teórica y su consistencia.  

La metafísica de Aristóteles le otorga un criterio para elaborar una teoría de la felicidad. De tal forma, no será algo contingente o un bien en general, pues éstos serán siempre efímeros. Y, ¿el placer? En el Libro X de su ética nos dice que Eudoxo afirmaba que los animales podían ser felices precisamente porque basaba ésta en el placer, algo accesible tanto a los seres racionales como a los irracionales. Esta postura está muy extendida en el uso amplio del lenguaje, cuando decimos que nuestra mascota está feliz, por el placer que vemos que siente al estar colmadas todas sus necesidades. Aristóteles, sin embargo, es claro a este respecto. Los animales no pueden ser felices. De hecho, el ser humano, aun siendo un animal, se separa profundamente del resto de animales por la facultad de la razón. Por supuesto, que en tanto género es animal, y tenemos placer y nos da gusto. Pero no podemos apoyar la felicidad en esos placeres irracionales.

La felicidad solo puede derivar de la actividad del entendimiento, de la placentera vida teorética o contemplación, de la vía del conocimiento teórico, por analogía a la vida perfecta y eterna de dios. Si tuviésemos que responder cómo ser feliz con Aristóteles, diríamos que seríamos felices en la acción, llevando una vida de actividad teorética y jerarquizando todos los bienes a ese fin. Volvemos a la metafísica. El primer motor inmóvil, ¿qué es? Un espíritu viviente, por analogía al ser humano. Este espíritu viviente tiene entendimiento. Sería un acto puro de pensamiento cuya actividad eterna es la de pensar su propio pensamiento, no cosas fuera de él. La actividad que realiza dios es la noesis noeseos, pensamiento de pensamiento. Esta es la máxima felicidad, la plenitud, la autocontemplación o autointelección divina. Además, es bien deseado y fin en sí mismo, no siendo medio para alcanzar un bien ulterior.

Será el sabio, aquel que lleva una vida ociosa contemplativa, el que pueda alcanzar en esta vida la felicidad; pero al tener cuerpo, porque toda substancia particular es hilemórfica (compuesta de materia-forma), solo podrá aspirar a una felicidad analógica. No podemos desentendernos de la vida terrena, de nuestra animalidad, con sus dolores, desgracias, sufrimientos y contingencias.

La felicidad estaría reservada a unos pocos hombres según esta teoría. Quedaría reservada para aquellos que siendo libres desarrollan el conocimiento. Solo aquellos que gozan de la suficiente autarquía pueden liberarse de la preocupación de las necesidades materiales de la vida y pueden dedicarse a la contemplación. Quedarían excluidos de esta teoría aristocrática los esclavos sometidos a satisfacer las necesidades de sus amos, y todos aquellos ocupados en la persecución de bienes intermedios en la escala de los fines hacia la felicidad, fin último y siempre analógico.

Miguel Ángel Mozún

Sociedad de Estudios en español de Schopenhauer (SEES)

Invitación a la lectura:

  • Bueno, G.  El mito de la felicidad. Autoayuda para desengaño de quienes buscan la felicidad. Ediciones B, Barcelona 2005
  • Aristóteles,  
    • Metafísica. Introducción, traducción y notas de Tomás Calvo Martínez Editorial Gredos, Madrid, 1994.
    • Ética Nicomáquea. Introducción por Emilio Lledó Íñigo. Traducción y notas por Julio Pallí Bonet, Editorial Gredos, Madrid, 1985.  

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