Un recorrido muy breve por la razón

Cuando hablamos de la razón, solemos definirla como una herramienta que utilizamos los seres humanos que nos distingue del resto de las criaturas de este planeta y que, nos permite reflexionar para formarnos un juicio sobre algo. La gestión de la razón nos exige mucho esfuerzo, y no la podemos considerar como un don divino caído del cielo, como se suele decir más bien de la imaginación. Su historia contada desde una perspectiva occidental es larga y compleja, y se remonta a un contexto que hoy podríamos considerar inesperado: el mito.

El paso del mito al logos: el nacimiento de la filosofía

En la antigua Grecia las sociedades explicaban la realidad a través de relatos míticos. Los mitos eran su manera de darle sentido a los fenómenos naturales y a los misterios de la existencia. En esas narrativas, los dioses tomaban decisiones, imponían castigos y explicaban el orden del cosmos. El mito no era considerado como algo irracional; era, más bien, un lenguaje simbólico para interpretar lo desconocido.

Sin embargo, en algún punto, los griegos comenzaron a pensar de manera distinta. La aparición del logos marcó un punto de inflexión en la historia del pensamiento. A través del logos, se dejó de lado la idea de que todo lo que ocurría era voluntad de los dioses, y se comenzó a buscar explicaciones basadas en la naturaleza observable. Los primeros filósofos griegos comenzaron a buscar principios fundamentales que explicaran el universo sin recurrir al mito. Tales de Mileto, por ejemplo, propuso que el agua era el origen de todas las cosas. Anaximandro habló del ápeiron, algo indefinido e ilimitado. Anaxímenes pensó en el aire, Heráclito en el fuego, y Demócrito en los átomos. Todos ellos compartían una ambición: encontrar el arjé, el principio que sostenía y explicaba la estructura del cosmos.

En su búsqueda, estos pensadores dieron un paso enorme al abandonar las explicaciones basadas en lo sobrenatural y, aunque sus conclusiones nos pueden parecer ingenuas desde una perspectiva moderna, su mérito radica en el intento de buscar respuestas en el mundo observable y la experiencia. De esta manera, la filosofía, mediante el logos, se convirtió en una herramienta para interpretar la realidad, marcando el inicio del pensamiento racional tal como lo conocemos.

El logos sofista versus el logos de Platón

Con el surgimiento de la democracia en Atenas, el logos adquirió un nuevo significado. En un sistema donde la participación política dependía de la capacidad de persuadir a otros, la palabra se convirtió en un arma poderosa. Aquí entran en escena los sofistas, maestros de la retórica que enseñaban a los ciudadanos este arte de persuadir mediante el uso del lenguaje. Para ellos, el logos no era una herramienta para buscar la verdad, sino un medio para influir y convencer.

Este uso del logos como instrumento de persuasión generó un debate intenso. Platón, uno de los críticos más feroces de los sofistas, les acusó de manipular el conocimiento en favor de intereses particulares. Para él, el logos debía ir más allá de la retórica; debía ser un camino hacia la verdad. En los diálogos platónicos, los interlocutores buscan acuerdos en cada fase del debate, solicitan aclaraciones y formulan objeciones hasta que se alcanza una respuesta satisfactoria, permitiendo la construcción conjunta del argumento. Este arte del diálogo, denominado también como dialéctica, se presenta como una oposición frontal a la retórica sofista, al proponer un camino consensuado en lugar de la persuasión estratégica.

Fue con Platón que el logos adquirió un carácter más reflexivo, y bajo esta óptica el filósofo formuló su “teoría de los dos mundos” (véase p.e. Di Camillo 2016). Un mundo sensible que se compone de opiniones simples y cambiantes (doxa). Y un mundo inteligible basado en un conocimiento justificado como verdad (episteme) que proviene de la reflexión y de un discurso bien argumentado, el cual nos dirige hacia un conocimiento universal. Este último sería “el mundo de la razón”.

El paso del logos a la ratio de la ciencia moderna

La historia de la razón continuó su curso, y con la transición del pensamiento griego al romano se produjo un cambio conceptual. La razón se empezó a vincular con la palabra ratio, fundamentándose en que, en latín, esta palabra se asociaba principalmente con el cálculo. Las rationes representaban las cuentas realizadas por los comerciantes al sumar o restar el valor de sus mercancías. Al traducir logos por ratio, los escritores latinos trasladaron el ámbito semántico de la ratio, de la “palabra” al “número”. El logos transitó del lenguaje de los filósofos griegos a la ratio de los mercaderes romanos, que necesitaban calcular sus transacciones económicas (Casadesús Bordoy 2000, pp. 33-34 y 129-136). 

Este cambio de tendencia de la razón marcó el inicio de un proceso en el que el número se consolidó como herramienta de conocimiento. Con el tiempo, las proporciones matemáticas y el álgebra reforzaron esta tendencia. Durante la Edad Media, el trabajo de matemáticos árabes como Al-Juarismi, quien sistematizó el uso del álgebra, permitió que las relaciones numéricas fueran aplicadas de manera más abstracta y universal, estableciendo una base para las ciencias modernas. El número se erigió como el fundamento del pensamiento científico, hasta convertirse en un lenguaje indispensable para comprender la realidad. Bajo esta nueva perspectiva Galileo Galilei llegó a afirmar que el universo “está escrito en lenguaje matemático”

El Hombre de Vitruvio. Dibujo (punta de metal, pluma y tinta, toques de acuarela sobre papel blanco). Galería de la Academia de Venecia, Venecia, Italia.

La razón bajo la lupa de Descartes, Hume y Kant

René Descartes acompañó a Galileo en su empresa, pero lo hizo desde el ámbito del pensamiento como embajador de la filosofía racionalista, aquella que considera a la razón como fuente principal de conocimiento. Para este filósofo, el origen de todo conocimiento residía en las ideas innatas que la razón contenía, accesibles mediante la reflexión. A través de su duda metódica, propuso que todo aquello que no pudiera ser probado con certeza debía ser cuestionado. Esta postura culminó en su célebre cogito, ergo sum (“Pienso, luego existo”), que encapsulaba su primera certeza: el yo pensante, el cogito, no podía ser puesto en duda, ya que su propia existencia se confirmaba en el acto de pensar (Díaz 2011, p. 19 / Descartes 1641, Segunda meditación)​. Para Descartes, Dios jugaba un papel crucial en la naturaleza del conocimiento, y garantizaba la veracidad de las ideas claras y distintas. De este modo, si el universo, como afirmaba Galileo, está escrito en lenguaje matemático, es Dios quien escribe ese lenguaje. Y es mediante el uso correcto de la razón que los seres humanos pueden acceder a esas verdades universales.

A pesar de los avances de la razón, no todos estaban convencidos de su capacidad para desentrañar los misterios del universo. David Hume, uno de los filósofos más relevantes del empirismo, criticó la idea de que la razón pudiera revelar verdades universales. Para él, no existía un “orden superior” que rija la realidad desde una perspectiva puramente racional. En lugar de eso, Hume insistía en que todo nuestro conocimiento proviene de la observación empírica, que es lo que realmente nos permite navegar por el mundo y generar conocimientos válidos (Tasset y Díaz 2012 / Hume 1739)​.

Fue gracias a Hume que Immanuel Kant despertó de su sueño dogmático. Mientras que los racionalistas creían que el ser humano nacía con la facultad innata de “conocer la verdad” y que el error surgía de un mal uso de la razón, Kant fue más allá, cuestionando cómo era posible que el conocimiento adquirido fuera “verdadero”. Su respuesta fue la creación de un marco trascendental bajo el cual sostuvo que para obtener conocimiento debemos considerar tanto los conceptos a priori que afectan nuestra sensibilidad así como la experiencia que obtenemos del mundo, sintetizando de esta manera las ideas de los racionalistas y empiristas. Fue él quien acuñó el término fenómeno para referirse a la percepción que tenemos del mundo tal y como se nos presenta (Ribas 2018, Kant 1781).

Sin embargo, su teoría no está exenta de ambivalencias. Mientras que, por un lado, soluciona el problema de la posibilidad del conocimiento a través de la experiencia y de la razón, por el otro, postula que nuestra forma de conocer es limitada y que no podemos conocer la realidad tal cual es: a esto Kant lo llamó con el nombre de noúmeno. Según este filósofo, sólo podemos conocer las cosas en función de nuestras capacidades humanas y no en función de alguna suerte de conocimiento absoluto. Las cosas ya no tienen una relación directa con nosotros; somos nosotros quienes les damos un sentido en base a cómo se nos presentan.

El legado conceptual de estos pensadores sigue siendo relevante hoy en día y sus ideas han dejado una huella significativa en la comprensión del concepto de razón. Steven Pinker (2021) aborda el papel fundamental que esta facultad ha desempeñado en nuestro avance científico. A pesar de los notables logros de la humanidad, Pinker señala una tendencia preocupante hacia la irracionalidad. En respuesta, ofrece herramientas para enfrentar las pseudociencias, las noticias falsas y otros engaños, y sostiene que el uso insuficiente de herramientas de razonamiento es un factor crucial en la propagación de la irracionalidad colectiva.

Por su parte, Julian Baggini adopta un enfoque escéptico y argumenta que nunca podemos ser totalmente objetivos. Para este filósofo la razón no es un juez imparcial y despersonalizado, sino una herramienta que nos ayuda a tomar decisiones. Un enfoque escéptico adecuado debería llevarnos a comprender que, en última instancia, todo lo que hacemos es ligeramente especulativo, o, expresado en sus palabras: “La razón es como una capa fina de hielo sobre la que no tenemos más remedio que patinar” (Baggini 2017, pp. 264-271).

El destino inevitable de la razón en Occidente

Finalmente, es importante considerar que a lo largo de la historia del pensamiento occidental, observamos una marcada tendencia de la razón a estructurar la experiencia mediante la formulación de oposiciones. Desde la filosofía griega, esta inclinación a dividir el mundo en categorías contrapuestas ha sido un rasgo fundamental de nuestro pensamiento. El tránsito del mito al logos en los primeros filósofos marcó el inicio de este proceso. Platón, por su parte, cristalizó esta lógica dicotómica con su distinción entre el logos de los sofistas y el logos dialéctico. Posteriormente, pasamos del logos (palabra) a la ratio (número). En la modernidad, esta estructura dual se consolidó con el racionalismo de Descartes frente al empirismo de Hume. Y finalmente Kant trazó una nueva división entre el fenómeno y el noúmeno, perpetuando la lógica dicotómica de la razón.

Una analogía matemática que nos puede ayudar a ilustrar esto mejor es el conjunto de Cantor. Este conjunto se construye eliminando iterativamente segmentos de un intervalo, sin llegar nunca a un agotamiento total del mismo. De manera similar, el pensamiento dicotómico opera mediante una división continua de la realidad en opuestos, pero sin alcanzar una comprensión exhaustiva de la misma. Al igual que en el conjunto de Cantor, donde el proceso de eliminación es infinito, la razón fundamentada en dicotomías se enfrenta a un proceso interminable de fragmentación conceptual. Este proceso, por su propia naturaleza, impide la posibilidad de una síntesis definitiva, dejando al entendimiento atrapado en una división “eterna”. 

Cabe preguntarse entonces si este es, en última instancia, el destino inevitable de la razón. Tal vez este proceso interminable de división sea el precio que debemos estar dispuestos a pagar en nuestra búsqueda de comprender el mundo. Toda explicación, por exhaustiva que sea, deja siempre fuera aquello que no logra explicar, generando nuevas preguntas y vacíos que exigen ser abordados. Asumir este riesgo, el de aceptar que cualquier síntesis es provisional y que toda comprensión es parcial, es quizá el sacrificio inherente al ejercicio racional. La razón, por su propia naturaleza, parece estar destinada a este camino de fragmentación, pero es un camino que, pese a sus limitaciones, seguimos recorriendo con la esperanza de desvelar, aunque sea de manera incompleta, la estructura de la realidad.

Conjunto de Cantor en seis etapas. 1883. Fuente: Wikimedia.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Baggini, J. (2017), Los límites de la razón, Editorial Indicios.

Casadesús Bordoy, F. (2000), “Los orígenes de la crisis de la razón: el paso del Logos a la Ratio”, Taula, quaderns de pensament.

Díaz, J. A. (2011), Meditaciones metafísicas seguidas de las objeciones y respuestas, Gredos (Trabajo original de René Descartes en 1641).

Di Camillo, S (2016). Eîdos : La teoría platónica de las ideas, La Plata : Edulp. (Libros de Cátedra. Sociales).

Pinker, S. (2021), Racionalidad, Ediciones Paidós.

Ribas, P. (2018), Crítica de la razón pura, Gredos (Trabajo original de Immanuel Kant en 1781).

Tasset, J. L. ; Díaz, R. (2012), Tratado de la naturaleza humana, Gredos (Trabajo original de David Hume en 1739).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *